GALEANO, Eduardo. “Las venas abiertas de América Latina”. Introducción.
“(…)
El sistema no ha previsto esta pequeña molestia: lo que sobra es gente. Y la
gente se reproduce. Se hace el amor con entusiasmo y sin precauciones. Cada vez
queda más gente a la vera del camino, sin trabajo en el campo, donde el
latifundio reina con sus gigantescos eriales, y sin trabajo en la ciudad, donde
reinan las máquinas: el sistema vomita hombres. Las misiones norteamericanas
esterilizan masivamente mujeres y siembran píldoras, diafragmas, espirales,
preservativos y almanaques marcados, pero cosechan niños; porfiadamente, los
niños latinoamericanos continúan naciendo, reivindicando su derecho natural a
obtener un sitio bajo el sol en estas tierras espléndidas que podrían brindar a
todos lo que a casi todos niegan.
A
principios de noviembre de 1968, Richard Nixon comprobó en voz alta que la
Alianza para el Progreso había cumplido siete años de vida y, sin embargo, se
habían agravado la desnutrición y la escasez de alimentos en América Latina.
Pocos meses antes, en abril, George W. Ball escribía en Life: «Por lo menos
durante las próximas décadas, el descontento de las naciones más pobres no
significará una amenaza de destrucción del mundo. Por vergonzoso que sea, el
mundo ha vivido, durante generaciones, dos tercios pobre y un tercio rico. Por
injusto que sea, es limitado el poder de los países pobres». Ball había
encabezado la delegación de los Estados Unidos a la Primera Conferencia de
Comercio y Desarrollo en Ginebra, y había votado contra nueve de los doce
principios generales aprobados por la conferencia con el fin de aliviar las
desventajas de los países subdesarrollados en el comercio internacional. Son
secretas las matanzas de la miseria en América Latina; cada año estallan,
silenciosamente, sin estrépito alguno, tres bombas de Hiroshima sobre estos
pueblos que tienen la costumbre de sufrir con los dientes apretados. Esta
violencia sistemática, no aparente pero real, va en aumento: sus crímenes no se
difunden en la crónica roja, sino en las estadísticas de la FAO. Ball dice que
la impunidad es todavía posible, porque los pobres no pueden desencadenar la
guerra mundial, pero el Imperio se preocupa: incapaz de multiplicar los panes,
hace lo posible por suprimir a los comensales. «Combata la pobreza, ¡mate a un
mendigo!», garabateó un maestro del humor negro sobre un muro de la ciudad de
La Paz. ¿Qué se proponen los herederos de Malthus sino matar a todos los
próximos mendigos antes de que nazcan? Robert McNamara, el presidente del Banco
Mundial que había sido presidente de la Ford y Secretario de Defensa, afirma
que la explosión demográfica constituye el mayor obstáculo para el progreso de
América Latina y anuncia que el Banco Mundial otorgará prioridad, en sus
préstamos, a los países que apliquen planes para el control de la natalidad.
McNamara comprueba con lástima que los cerebros de los pobres piensan un
veinticinco por ciento menos, y los tecnócratas del Banco Mundial (que ya
nacieron) hacen zumbar las computadoras y generan complicadísimos trabalenguas
sobre las ventajas de no nacer: «Si un país en desarrollo que tiene una renta
media per capita de 150 a 200 dólares anuales logra reducir su fertilidad en un
50 por ciento en un período de 25 años, al cabo de 30 años su renta per capita
será superior por lo menos en un 40 por ciento al nivel que hubiera alcanzado
de lo contrario, y dos veces más elevada al cabo de 60 años», asegura uno de
los documentos del organismo. Se ha hecho célebre la frase de Lyndon Johnson:
«Cinco dólares invertidos contra el crecimiento de la población son más
eficaces que cien dólares invertidos en el crecimiento económico». Dwight
Eisenhower pronosticó que si los habitantes de la tierra seguían
multiplicándose al mismo ritmo no sólo se agudizaría el peligro de la
revolución, sino que además se produciría «una degradación del nivel de vida de
todos los pueblos, el nuestro inclusive».
Los
Estados Unidos no sufren, fronteras adentro, el problema de la explosión de la
natalidad, pero se preocupan como nadie por difundir e imponer, en los cuatro puntos
cardinales, la planificación familiar. No sólo el gobierno; también Rockefeller
y la Fundación Ford padecen pesadillas con millones de niños que avanzan, como
langostas, desde los horizontes del Tercer Mundo. Platón y Aristóteles se
habían ocupado del tema antes que Malthus y McNamara; sin embargo, en nuestros
tiempos, toda esta ofensiva universal cumple una función bien definida: se
propone justificar la muy desigual distribución de la renta entre los países y
entre las clases sociales, convencer a los pobres de que la pobreza es el
resultado de los hijos que no se evitan y poner un dique al avance de la furia
de las masas en movimiento y rebelión. Los dispositivos intrauterinos compiten
con las bombas y la metralla, en el sudeste asiático, en el esfuerzo por
detener el crecimiento de la población de Vietnam. En América Latina resulta
más higiénico y eficaz matar a los guerrilleros en los úteros que en las
sierras o en las calles. Diversas misiones norteamericanas han esterilizado a
millares de mujeres en la Amazonia, pese a que ésta es la zona habitable más
desierta del planeta. En la mayor parte de los países latinoamericanos, la
gente no sobra: falta. Brasil tiene 38 veces menos habitantes por kilómetro
cuadrado que Bélgica; Paraguay, 49 veces menos que Inglaterra; Perú, 32 veces
menos que Japón. Haití y El Salvador, hormigueros humanos de América Latina,
tienen una densidad de población menor que la de Italia. Los pretextos
invocados ofenden la inteligencia; las intenciones reales encienden la indignación.
Al fin y al cabo, no menos de la mitad de los territorios de Bolivia, Brasil,
Chile, Ecuador, Paraguay y Venezuela está habitada por nadie. Ninguna población
latinoamericana crece menos que la del Uruguay, país de viejos, y sin embargo
ninguna otra nación ha sido tan castigada, en los años recientes, por una
crisis que parece arrastrarla al último círculo de los infiernos. Uruguay está
vacío y sus praderas fértiles podrían dar de comer a una población
infinitamente mayor que la que hoy padece, sobre su suelo, tantas penurias.”
EDUARDO GALEANO
EDUARDO GALEANO
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